lunes, 7 de enero de 2008

Viaje imaginario

Me encogí y respiré hondo. Nunca me había sentido (físicamente) tan pequeña. Dejé que el olor a celulosa penetrara en mis pulmones, lo retuve un momento y lo volví a soltar. Sentí que aquello podría ser la escapada que tanto tiempo llevaba necesitando, el punto y final a todo, ese momento con el que tanto había soñado; hacer una locura, escaparme, dejar atrás toda mi vida muerta, la gente conocida, el aire que me ahogaba, la ciudad que me tragaba, la desesperanza, el mundo que me hacía sentir tan pequeña, estúpida e incordiosa como si fuese un bicho horrible, asqueroso y despreciable. Ahora en mi cabeza solo sonaban las letras de sus canciones indies, vibraba el traqueteo del tren que tanto tiempo llevaba esperando, brillaba la esperanza de estar emprendiendo un largo camino, de irme lejos y dejar atrás todo para nunca más volver, a un lugar donde sí perteneciera; por fin con alguien que mereciera la pena. Se me escapó una especie de mueca en las mejillas que después de tanto tiempo no sabía llegar a sonrisa. Olía a humedad y empezaba a hacer algo de frío. Me encogí un poco más. Cesó el ruido del tren, y sentí cómo mi liberador anónimo pisaba los charcos para llevarme, sin darse cuenta, hacia la que sería mi nueva vida, mi nuevo hogar.

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