miércoles, 18 de febrero de 2009

Sea and sand.


Resultaba divertido saber que eran las dos únicas personas en el mundo que disfrutaban con aquel espectáculo. Divertido y agradable. Jugaban a imaginar que eran además las dos únicas personas que existían en el mundo y que allí estaban, hombro junto a hombro, frente al mar embravecido y bajo los rayos y los truenos. Primero los rayos, después los truenos; aunque uno de ellos tuviera sus dudas. Admirábanlo muy juntos el uno al otro, con las piernas encogidas y los ojos como platos.
Las nubes ocultaban el sol poniente a medida que el agua se acercaba a las puntas de sus pies, y sin poder evitarlo, tras sus únicos minutos de silencioso triunfo, la distancia regresó a buscar revancha. A ella le salieron escamas; él se fue volviendo etéreo -más etéreo-. Ella abrió sus branquias y la corriente le arrastró hacia el oeste para que pudiera quedarse a vivir en el mar, como siempre había deseado; él se elevó lentamente convirtiéndose en una nube gris perla, y fue arrastrado por el viento hacia el este para poder recorrer el mundo como tanto había soñado. Fue entonces cuando los sueños y la distancia presentaron su dimisión.