jueves, 3 de abril de 2008

El que no debe ser nombrado

Duele, siempre duele; aunque a algunos les cueste reconocerlo, se trata de dolor puro y duro. Duele el tuyo propio, el de los demás, el que has perdido, el que no llega... el caso es doler.
"Pero eso no es así siempre -replicarás tú, ingenuo-, porque hay veces que le hace feliz a uno." Pues bien, te demostraré tu error mediante un símil muy ilustrativo.
¿Alguna vez te has/han dado un golpe muy muy muy fuerte? y, ¿no sólo fuerte, sino además en algún lugar horrible: el codo, la espinilla, el dedo meñique del pie? Entonces sabrás de qué te hablo. Nada más recibir el golpe no sientes absolutamente nada, es algo casi agradable, como ser incorpóreo. Ahora bien, pasados unos instantes, creo que no hace falta que describa la sensación de corporeidad infernal que aparece de pronto. Y claro, después viene la herida o moratón correspondiente.
Pues ésto es igual, sólo que con los tiempos dilatados. En vez de durar cada fase unos segundos, dura unas semanas, unos meses, a veces años... y las cicatrices, directamente, hay veces que nunca llegan a curarse.
Así que mira, no te engañes: no eres feliz, es sólo que te encuentras en ese instante justo antes de retorcerte de dolor.