miércoles, 5 de noviembre de 2008

Munich.

No, espera un momento, para, creo que vas demasiado deprisa. Tal vez hay algo bajo mi ropa que no quiero que veas. Verás, tiene que ver con ese horrible accidente que sufrí hace tiempo y del que tan pocas veces te he hablado. En realidad siempre he evitado hablarlo con nadie, aunque no sé muy bien el motivo; tal vez crea que así algún día llegue a ahogar esa sanguijuela que se me quedó dentro, corroyéndome las entrañas desde aquél día. La explosión fue enorme, todo se desmoronó y se rompió en una centésima de segundo, y los trozos salieron despedidos hacia todas partes a una increíble velocidad, de modo que muchos micro-cristalitos azules se quedaron incrustados en mi piel por efecto de la onda expansiva. Pensé que con el tiempo acabarían desprendiéndose, pero lo cierto es que no todos lo han hecho, y todavía me quedan algunos clavados, los más punzantes. Si trato de ocultártelos es sólo porque sé que en tus ojos dolerían aún mucho más que en mi piel, y lo último que querría es hacerte daño. Nunca te haría daño a ti, que inconsciente pero constantemente me analgesias de ese y de cualquier otro dolor.
Aún no estás listo para verlo todo. Aún no estoy lista para no tener nada que ocultar. Lo siento, de verdad, pero deja ya ese botón, hoy me duele la cabeza.