Mi almohada te conoce
de oídas.
Tu nombre,
húmedo de gozo o mojado en lágrimas,
murmurado y gemido,
resuena con nocturnidad entre sus plumas.
Mi almohada no conoce el olor
de tu cabello oscuro,
pero sí te conoce a ti,
por tu nombre,
y tal y como eres:
lejano,
tardío,
habitante de un lugar
a donde mis gritos no alcanzan.