jueves, 11 de diciembre de 2008

The blues are still blue

Si hay un color al que se puede llamar azul entre los azules, ese es el que me hizo creer en Dios una mañana de diciembre. El que me fulminó e hincó mis rodillas en el suelo, por el que pedí perdón a todo azul al que alguna vez hubiera podido ofender... Me hipnotizó para distraerme y terminé por coger el autobús equivocado, de la consistencia y color de un cielo de verano, sin más nubes que una pupila.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Munich.

No, espera un momento, para, creo que vas demasiado deprisa. Tal vez hay algo bajo mi ropa que no quiero que veas. Verás, tiene que ver con ese horrible accidente que sufrí hace tiempo y del que tan pocas veces te he hablado. En realidad siempre he evitado hablarlo con nadie, aunque no sé muy bien el motivo; tal vez crea que así algún día llegue a ahogar esa sanguijuela que se me quedó dentro, corroyéndome las entrañas desde aquél día. La explosión fue enorme, todo se desmoronó y se rompió en una centésima de segundo, y los trozos salieron despedidos hacia todas partes a una increíble velocidad, de modo que muchos micro-cristalitos azules se quedaron incrustados en mi piel por efecto de la onda expansiva. Pensé que con el tiempo acabarían desprendiéndose, pero lo cierto es que no todos lo han hecho, y todavía me quedan algunos clavados, los más punzantes. Si trato de ocultártelos es sólo porque sé que en tus ojos dolerían aún mucho más que en mi piel, y lo último que querría es hacerte daño. Nunca te haría daño a ti, que inconsciente pero constantemente me analgesias de ese y de cualquier otro dolor.
Aún no estás listo para verlo todo. Aún no estoy lista para no tener nada que ocultar. Lo siento, de verdad, pero deja ya ese botón, hoy me duele la cabeza.

sábado, 14 de junio de 2008

Shadowplay

De lunes a jueves no se les ve el pelo, ni juntos ni separados. Pero todas las noches de fin de semana, el Señor Idealista y Ms. Smith salen juntos a bailar y tomar cervezas por los pubs de Barcelona. En mis noches de insomnio salgo al balcón a tomar el aire y les veo, pasadas las cuatro, caminar Ramblas arriba. Hablan a voces, se ríen, de vez en cuando un codazo o un guiño discreto [...]. Y así les sigo con la mirada hasta que ella le tira de la manga y desaparecen de pronto ambos en la oscuridad de un portal. Todo para volver a ser dos desconocidos el lunes por la mañana.

martes, 13 de mayo de 2008

F. S

Es porque sigues viviendo en esa maldita calle gris que estba siempre llena de niebla, porque seguirás entrando y saliendo todos los días de esa estación de metro condenada en la que nunca hay dios que encuentre la salida correcta, seguirá viéndote gente por la calle y pensando las típicas cosas que todo el mundo piensa al verte, seguirás escuchando los discos que yo te regalé (o tal vez no), seguirás durmiendo todas las noches en esa cama cuyas sábanas habrás lavado ya cientos de veces para que no vuelvan a oler a mí, y guardarás algún recuerdo mío, no me importa si bueno o malo.
¿Es que no son suficientes motivos para estar molesta?

jueves, 3 de abril de 2008

El que no debe ser nombrado

Duele, siempre duele; aunque a algunos les cueste reconocerlo, se trata de dolor puro y duro. Duele el tuyo propio, el de los demás, el que has perdido, el que no llega... el caso es doler.
"Pero eso no es así siempre -replicarás tú, ingenuo-, porque hay veces que le hace feliz a uno." Pues bien, te demostraré tu error mediante un símil muy ilustrativo.
¿Alguna vez te has/han dado un golpe muy muy muy fuerte? y, ¿no sólo fuerte, sino además en algún lugar horrible: el codo, la espinilla, el dedo meñique del pie? Entonces sabrás de qué te hablo. Nada más recibir el golpe no sientes absolutamente nada, es algo casi agradable, como ser incorpóreo. Ahora bien, pasados unos instantes, creo que no hace falta que describa la sensación de corporeidad infernal que aparece de pronto. Y claro, después viene la herida o moratón correspondiente.
Pues ésto es igual, sólo que con los tiempos dilatados. En vez de durar cada fase unos segundos, dura unas semanas, unos meses, a veces años... y las cicatrices, directamente, hay veces que nunca llegan a curarse.
Así que mira, no te engañes: no eres feliz, es sólo que te encuentras en ese instante justo antes de retorcerte de dolor.

domingo, 24 de febrero de 2008

Historia de amor entre las baldosas y sus zapatillas (o Ciudad del Recuerdo)

Sus zapatillas conocían tan bien aquella ciudad que ya prácticamente caminaban solas por las calles arriba y abajo, hablándole a las baldosas de cómo había ido la vida provinciana desde que dejara la de estudiante. Dulces años estudiantiles aquellos en los que el roce diario hizo que se enamoraran de ellas, como sus ojos de las calles y de las torres de la catedral que arañaban el cielo fresco y despejado en época de exámenes. Ahora sólo les quedaba verse en fechas señaladas, y recordar los buenos momentos entre el murmullo de sus pasos.

domingo, 17 de febrero de 2008

Tres memorias jóvenes

Queridos Richard y Noel:
La nostalgia del verano pasado me lleva a escribiros. Cada vez que me acuerdo de los días que pasé allí, y sobre todo de vosotros, me reafirmo en la idea de que nunca en mi vida lo he pasado tan bien en tan poco tiempo. Quería que lo supieseis, tíos, ojala pudiese pagároslo de alguna forma.
Era el puto verano más caluroso que se recuerda en Inglaterra en muchos años, y sin embargo vosotros os empeñasteis en que nos cruzáramos toda la ciudad andando, desde la estación donde habíais venido a recogerme, que estaba bien a las afueras. Todo aquello fue tremendo. Yo, cual vagabunda, sólo llevaba encima una mochila con lo básico; era parte del plan. De modo que así fuimos calle abajo, bajo un inusitado sol de justicia sobre nuestras cabezas y vuestras gafas de sol, hablando y riendo tan rápido y fuerte que mucha gente incluso se nos quedaba mirando al pasar.
Cuando menos me lo esperaba, llegamos a Madeira Drive. Supongo que os esperabais mi cara cuando divisé el mar a lo lejos; nos faltó tiempo para correr hacia la playa entre amistosos insultos y empujones. Serían las ocho de la tarde, pero el calor aún apretaba. Nos quedamos allí los tres durante un buen rato de canciones y risas que pronto aderezamos con la botella que nunca os falta encima y algo de fumar.
Ya más entrada la noche, compramos unos fish and chips en un puesto cercano a la playa y nos dispusimos a comenzar la mejor parte de todas. Me llevasteis a un garito en el que os conocía todo el mundo, me presentasteis a gente que ya ni siquiera recuerdo; cuatro niñatos hacían rugir sus guitarras desde un escenario cochambroso sin dejar de mirar las puntas de sus zapatillas. A partir de ahí poco recuerdo salvo la sensación general de la pedazo de noche que nos pegamos. El humo y el volumen de la música creaban una atmósfera muy confusa, a la que también colaboraban las cervezas a dos libras y lo que me quisierais echar en ella, cabrones, que no quisisteis decirme qué era y ni siquiera aún he podido averiguarlo.
Debía quedar muy poco para que amaneciera cuando el cuerpo dejó de aguantarnos, y nos dimos cuenta de que no teníamos dónde dormir. Las farolas se apagaron ante nuestros ojos desorbitados mientras caminábamos por las calles desiertas sosteniéndonos los unos en los otros para no caernos de bruces o quedarnos dormidos de pie. Pese a nuestro pésimo estado y a cómo nos pitaban los oídos, la conversación entre bromas seguía igual que por la tarde solo que con una temática algo más difusa. Finalmente decidimos quedarnos en la playa a dormir, los tres acurrucados en la arena como perros. El fresco viento marino era una gloria después del día y la noche de calor que habíamos pasado, y en seguida nos quedamos dormidos.
Cuando abrí los ojos por la mañana, ya había gente tomando el sol en las clásicas hamacas de por allí. Richard seguía profundamente dormido enroscado en mí como si fuese su oso de peluche, y Noel trataba de beber agua del mar para aliviar el resacón. Cómo me pude reír de vosotros, por mucho que sintiese que me iban a estallar las meninges de un momento a otro.
Bajo el sol de casi mediodía caminamos hacia la estación, con más pinta de almas en pena que de cualquier otra cosa; con menos conversación pero una sonrisa similar a la del día anterior. Mi avión salía de Londres a las cuatro, así que tampoco podía perder el tiempo.
Me rechinan los dientes cada vez que recuerdo todas estas cosas; por una parte me da rabia pensar que no podrá repetirse exactamente igual nunca más, y por otra me alegro de que fuese tan único. Sólo espero que alguna vez, y lo antes posible, hagamos una segunda versión parecida o incluso mejor si cabe de aquél fin de semana. Que todos los lugares más sucios del sur de Inglaterra vuelvan a caer a nuestros seis pies, al menos durante las horas en que éstos consigan sostenernos.

jueves, 17 de enero de 2008

Reflexiones (I)

Supongo que es frecuente, cuando se sobreestima algo, desear lo mejor para el objeto de nuestro afecto hasta el punto de llegar a menospreciar nuestros propios intereses y deseos a favor del bien del anterior. Humanos son los momentos de automartirio en los que no podemos evitar sentirnos culpables de estar limitando a nuestra sucia y estúpida nimiedad la libertad de algo tan bueno que sin duda merece cosas demasiado grandes como para que quepan en nuestro minúsculo mundo negro. Se trata de las cosas que ese cierto ente merece recibir, y que nosotros no podemos ofrecer. Nos damos cuenta de que estaríamos incluso dispuestos a renunciar a la posesión de estos bienes para cederlos a algo o alguien que fuese lo que nosotros no hemos podido alcanzar, y que pudiese proporcionarles lo que les corresponde.
Y nos encerramos a mordernos nuestra minusculez, de espaldas al razonamiento de que todo tiende al equilibrio; a la luz que nos muestra lo dichosos que somos.
No siempre hace falta perder algo para comenzar a apreciarlo.

lunes, 7 de enero de 2008

Viaje imaginario

Me encogí y respiré hondo. Nunca me había sentido (físicamente) tan pequeña. Dejé que el olor a celulosa penetrara en mis pulmones, lo retuve un momento y lo volví a soltar. Sentí que aquello podría ser la escapada que tanto tiempo llevaba necesitando, el punto y final a todo, ese momento con el que tanto había soñado; hacer una locura, escaparme, dejar atrás toda mi vida muerta, la gente conocida, el aire que me ahogaba, la ciudad que me tragaba, la desesperanza, el mundo que me hacía sentir tan pequeña, estúpida e incordiosa como si fuese un bicho horrible, asqueroso y despreciable. Ahora en mi cabeza solo sonaban las letras de sus canciones indies, vibraba el traqueteo del tren que tanto tiempo llevaba esperando, brillaba la esperanza de estar emprendiendo un largo camino, de irme lejos y dejar atrás todo para nunca más volver, a un lugar donde sí perteneciera; por fin con alguien que mereciera la pena. Se me escapó una especie de mueca en las mejillas que después de tanto tiempo no sabía llegar a sonrisa. Olía a humedad y empezaba a hacer algo de frío. Me encogí un poco más. Cesó el ruido del tren, y sentí cómo mi liberador anónimo pisaba los charcos para llevarme, sin darse cuenta, hacia la que sería mi nueva vida, mi nuevo hogar.