No es que no quiera, el pobre, es que no puede. Está demasiado débil y demasiado cansado. Es como un viejo automóvil al que ya le cuesta arrancar, después de tantas averías. Algunas veces, con esfuerzo, hace un pequeño movimiento, y yo salto de alegría, pero al poco regresa a su quietud y silencio, exhausto, y me desespero.
Hay quien dice que mejor es así, que no arranque, a que me acabe dejando tirada en medio de la carretera, y quizá lleve razón, pero había decidido darle este último intento, y me duele tanto verlo así, con lo que él ha sido.
Así que, para no perder la esperanza, me digo una y otra vez, y le digo también a él: lo que pasa es que todavía es demasiado pronto, nada más. Porque así es como en verdad lo espero: que sea ahora demasiado pronto, y no ya demasiado tarde.