lunes, 5 de septiembre de 2011

El muro.

Por mucha hambre que tenga, no puedo
extender más hacia ti mis brazos
para que me alimentes.
No puedo hacerlo,
no;
hincar mis uñas
a través de este muro de carne pálida y
blanda.
No;
ver brotar la sangre bajo
esa mirada inocente que
sólo espera que le devuelva otra
igual de inmaculada,
sin saber cómo estoy:
famélica.

Y así mi delgadez se haga infinita
por y para
la candidez de este muro,
que me niego a ultrajar a cambio
de unas migajas de pan
que serán,
seguramente, lo que me espere
al otro lado.
Y no otro cuerpo
escuálido
con las manos tendidas,
buscando sustento
en mi reborde costal
a través de un tabique
moralmente infranqueable (o
inmoralmente
franqueable).