En los centros comerciales, en los
bares de copas, en las bibliotecas; en todos los sitios hoy en día hay una
salida de emergencia. Y también en las cabezas de todos nosotros, en cada lugar en el que nos metemos de alguna
manera no-física, en todos los caminos mentales, existe también esta puerta. Incluso
en los pasajes del terror de los parques de atracciones, se ofrece a mitad del trayecto
la posibilidad de salir por lo que llaman puerta
de los arrepentidos.
Con ese pánico a vernos en algún
momento sin fuerzas o sin ganas de seguir donde estamos, hemos colocado salidas
de emergencia en absolutamente todos los lugares, y ahora que por fin hemos
erradicado ese sentimiento trágico que aparece cuando te quieres rendir y no
puedes escapar de tu destino, vivimos cada segundo conscientes de que podemos
continuar o salir corriendo. Cada segundo cuestionando, cada segundo tomando
una decisión.
Caminamos, caminamos, y en cuanto nos
asalta la duda, ahí está el cartel verde tentándonos; indicándonos que, sólo
con empujar la barra hacia fuera, podemos desentendernos de todo absolutamente.
Y así se nos pasan a muchos los años,
de escapada en escapada, huyendo de todo, como Bonnie pero sin Clyde. Se nos
construye una vida que no es más que una cadena de episodios en los que
decidimos abandonar definitiva y radicalmente esto o lo otro; por miedo, por
hastío o simplemente por falta de esperanza. Y llega un punto en el que,
incluso, tomamos la salida de emergencia antes de que cualquiera de estos
sentimientos llegue; básicamente porque nos sabemos ya la historia y decidimos
que es mejor salir corriendo cuanto antes, por una cuestión de economía
temporal: si tarde o temprano, todo acabará en una huida, cuanto más temprana
sea esta, menos tiempo habremos perdido caminando una senda que no llevaba a
ningún destino (quién sabe si porque no lo tenía, o bien porque, de entrada, no
había fe en que fuéramos a querer y poder llegar hasta el final).
Pero quién dice que esa puerta sea la
de los arrepentidos. Quién dice que el que abandona el sendero pretenda tirar a
la basura en el mismo gesto todos los kilómetros andados.
Y quién dice que sea más valiente el que se pasa la vida esperando que quien
asume ser consciente durante el resto de su vida de que nunca sabrá a dónde le
llevaban todos esos cientos de corredores que ha ido abandonado a lo largo del
tiempo, quien acaba habiéndolo probado todo y no habiendo conseguido nada.