Entre el Botellero
de Duchamp y la Brillo box de Andy
Warhol hay cincuenta años de diferencia (1914-1964), pero ambas entroncan en la
idea del ready-made. Si bien Marcel
Duchamp inauguró dicha idea, ésta tuvo una gran repercusión tanto en la teoría
como en la práctica artística posterior, y en las Brillo boxes de Warhol encontramos un buen ejemplo. ¿Qué tienen,
pues, estas dos obras en común, y qué las diferencia? ¿En qué medida la Brillo box es una continuación de la
estética duchampiana, y a la vez, una vuelta de tuerca a los mismos principios
del ready-made?
La similitud más evidente entre ambas obras es el hecho de
que no parecen, a priori, ser lo que tradicionalmente se habría considerado un
objeto artístico: son útiles de la vida cotidiana presentados como arte debido,
fundamentalmente, al contexto en el que se exponen. Sin embargo, el Botellero es un objeto de la vida cotidiana (en realidad es un botellero
comprado, un ready-made por
definición), mientras que la Brillo box
simula serlo, ya que se trata de cajas de madera pintadas que imitan a las de
cartón en las que se comercializaban los jabones Brillo. Se trata, pues, de dos
estrategias para relacionar el objeto cotidiano con el objeto artístico, pero mediante
procesos que van en sentido opuesto el
uno respecto al otro: mientras que Duchamp eleva a la categoría de arte un
objeto banal, Warhol recurre a la técnica artística para imitar un objeto banal.
Otra de las diferencias que encuentro entre ambas obras es
la relación que en cada una de ellas se da entre su realidad material y aquello
que representan. No es baladí que el Botellero
de Duchamp tenga también el título de Erizo,
puesto que hace saber que se trata de ver el objeto cotidiano de otra manera,
con otros ojos, con los que quizá podamos encontrar en él evocaciones de otras
cosas (una idea muy propia de la vanguardia). En otras palabras, el
significante Botellero (me refiero en
este caso como objeto, no como palabra) puede tener una multiplicidad de
significados, que nacen de lo que sugieran al espectador las cualidades
visuales o táctiles del objeto. En este sentido, el Botellero sería una obra figurativa, puesto que trata de remitir a
una realidad otra; a un erizo, propone Duchamp.
Por otro lado, la Brillo
box es una obra creada a mano (puesto que, a pesar de su aspecto
industrial, fueron realizadas y serigrafiadas manualmente una a una) que imita
un objeto de la vida cotidiana. De nuevo nos encontramos ante la vieja cuestión
de la mímesis, aunque con una nueva vuelta de tuerca estética muy de los años
60: la creación artística imita a la realidad, pero no a la naturaleza como
creación divina, sino a otra creación humana, como en este caso son los envases
de un producto de consumo. Aquí también el título de la obra se
corresponde con aquello que representa y no con lo que es en realidad, puesto
que la Brillo box, como hemos dicho,
no es en realidad una caja de jabón Brillo.
Así como en el 14, en el contexto de las vanguardias, se
propone una elevación del objeto cotidiano a la categoría artística, en el 64,
Warhol se inclina por un acercamiento del arte al mundo de lo cotidiano. Esto
se manifiesta, como hemos visto, tanto en el proceso de creación de la obra
como en la relación significante-significado que en cada una de ellas se establece.
