lunes, 28 de marzo de 2011

Elle est partie un jour.

El tipo de silencio que había en el apartamento se lo decía, y el paso de los días se lo confirmaba: ella, esta vez, se había marchado para no volver.
Alexander y Margaret compartían apartamento desde hacía varios años. No es que fuera un secreto, pero tampoco lo sabía demasiada gente, eran más bien discretos a este respecto. De puertas para afuera, eran compañeros de piso, y punto. Y al fin y al cabo, esa era la verdad, aunque sólo fuese el 90% de la verdad. El otro 10% era algo más complicado de denominar.
A veces compartían cuarto, a veces utilizaban cuartos separados. A veces hacían el amor, a veces veían películas cogidos de la mano, a veces simplemente se reían juntos. A veces no cruzaban -durante días semanas, meses- más que los buenos días y las buenas noches al encontrarse y al despedirse. Así, sin más. Nada estaba escrito, nada tenía un motivo; simplemente era un tipo de relación que había surgido con el paso de los años.
Por supuesto, ambos tenían sus relaciones -más serias, menos serias- fuera de allí, pero eso qué importaba. Cualquiera que fuera, no tenía nada que ver con lo que pasara dentro del apartamento. Ninguna relación que pudieran entablar con otras personas podría ser parecida a eso (que por difuso y discontinuo no sé cómo denominar) que había entre ellos dos, con lo cual no era posible equipararlas, ni compararlas, ni pensar en que las unas pudieran afectar en absoluto a las otras. Sin embargo, sí que había entre ellos un acuerdo taciturno de distender las relaciones con terceros en las épocas en las que la suya se estrechaba; claro que esto tampoco era exactamente obligatorio.
Otra de las características de la vida en el apartamento de Alexander y Margaret es que también, en ocasiones, alguno de ellos se largaba de allí; a veces, incluso, lo hacían los dos. Así, sin motivo aparente, ya fuera en mitad de un momento intenso de la relación o en aquéllos en los que apenas se veían. A veces, simplemente, ya fuera el uno o el otro, cogían la puerta y se marchaban durante un tiempo indefinido, improvisado, tras el cual regresaban como si nada hubiera pasado. Y el otro, por supuesto, no hacía preguntas. No tenía sentido hacer preguntas, sobre todo si hasta entonces, desde hacía tanto tiempo, nunca las habían hecho [...].
Pero ahora Margaret se había marchado hacía días, y algo dentro de Alexander le decía que esta vez no regresaría. No sabía por qué, pero lo sabía. A su compañera de piso, no la volvería a ver.
Entonces pensó que por qué ella habría de volver, si él nunca le había pedido que se quedara. Si nunca le había dado demasiada importancia al hecho de que ella no estuviera era porque contaba con la certeza de que tarde o temprano volvería, pero nunca se había planteado qué pasaría si un día no fuera así.
Ahora ella había ganado. En lo personal habían perdido los dos, como estaba escrito desde un principio, pero en lo estratégico había ganado ella, por el simple hecho de haber sido la primera en marcharse de allí. Porque el final de aquella historia, desde luego, no iba a ser una boda, ni una feliz y llana relación de compañeros de piso, ni una fulgurante amistad, como todo presumía dependiendo del momento. El final de todo iba a ser que, tarde o temprano, alguno de los dos cogiera la puerta, silencioso, sonriente y tranquilo, como siempre, pero por última vez. Y le había tocado a Margaret.

jueves, 24 de marzo de 2011

Spring.


Por alguna razón,
cada X primaveras,
los almendros me florecen
azules.