martes, 27 de octubre de 2009

Colillas en el suelo.



- Buenos días.
- Hola, buenos días. Quería… una vocación, por favor.
- Lo siento, de eso no vendemos.
- Vaya, pues entonces… una cajetilla de Marlboro cortos y un poco de sexo.
¿Cuánto es?

sábado, 20 de junio de 2009

Sometimes.


Te lo dije. Te lo dije, te lo dije y te lo dije. Pero preferiste no hacerme caso, y de paso tirar tu lealtad a la basura. Sé muy bien cómo te sientes, vaya que si lo sé, pero me temo que no voy a ser yo quien ahora vaya a consolarte.

Porque aunque tengamos (y hayamos tenido, ¡ja!) muchas cosas en común, hay algo que no comparto contigo, como eso de tender una mano hipócrita a aquél que necesita ayuda mientras que la otra le acuchilla por detrás. Yo no soy así, y antes que al engaño recurro cien veces al desprecio. Y me provocas desprecio tú, hiena inmunda con piel de cordero, ave carroñera con complejo de superioridad que un día te creíste mejor que nadie como para pavonearte de ir por ahí con la bomba en la mano y sin que te explotara. Pero ahora te ha explotado, y ahora qué. Has pasado a la historia como una más; como otra imbécil.

Ahora llora, llora, llora. Y acostúmbrate al sabor salado de las lágrimas, porque ésto no ha hecho más que empezar. Porque aún te quedan así meses, incluso años, tal vez. Además, las heridas que ahora tienes terminarán dejándote cicatrices igualitas las mías; esas que tanto te gustaba arañar.

A ti, pobre, nunca te enseñaron lo que pasa cuando uno juega con fuego. Y por lo visto, tampoco quién es el que ríe mejor. Pero ya debes estar aprendiendo a base de golpes; no debe hacer falta que yo te lo enseñe. Por mí, ahora, como si te matan tu dolor y tu soberbia. Porque para que yo te compadezca... uy, para eso ya es demasiado tarde.

jueves, 16 de abril de 2009

Destiempo.


Queridísimo amigo:
Por primera vez en todo este tiempo te escribo para hablarte de un tema importante. De eso que ha estado latente, eso que nadie en el mundo sabe ni se imagina, eso que ambos sabemos tan bien pero de lo que nunca nos hemos atrevido a hablar. Miedo, tal vez. Miedo a hacernos daño a nosotros mismos, a hacernos daño el uno al otro, a hacerles daño a ellos es lo que ha mantenido este asunto sordo y mudo a lo largo del tiempo. Y a lo mejor precisamente es la huella del paso de los años la que me ha llevado a ponerlo hoy sobre la mesa; hoy como podría haberlo hecho hace tres años, o ayer, o mañana, o dentro de veinte. Pero he decidido que sea hoy.
Supongo que a veces, cuando las cosas van tan bien tal y como están, la idea de aspirar a algo más ambicioso se acaba rechazando por miedo a romper el saco. O tal vez, simplemente, a veces somos demasiado cobardes como para saltar al vacío, y para no reconocerlo nos ponemos excusas idiotas como la que acabo de explicarte. Y cuando ya es demasiado tarde, lo empiezas a ver como una oportunidad prácticamente segura, y perdida. ¿Tú te arrepientes de no haberlo intentado a tiempo? A veces tengo la sensación de que sí. De que tú respecto a mí no has cambiado absolutamente nada desde el primer día que te llamé por tu nombre. Sólo has escogido el camino más llano, pero nunca he dejado de ser para ti lo que fui entonces. Si te sirve de algo, tú para mí tampoco, pero el camino que yo he elegido no es precisamente llano. Por mi parte, tampoco podría decirse tanto como que me arrepienta, pero sí que has contribuido a engrosar mi complejo de pasividad.
Ahora sería muy difícil dejarlo todo y ponerse a tratar con cosas que, cuando era su debido momento, preferimos dejar estar. Habría que llevarse por delante cosas, personas, razones y circunstancias que durante este tiempo han cobrado demasiado peso en nuestras vidas como para ahora sacrificarlas igual que si fuesen el más banal de los objetos. No estoy segura de que eso sea lo que quiero hacer, pero tal vez tú tengas alguna idea; me gustaría saber tu opinión, qué piensas de todo esto, romper de una vez el silencio de tantos años. A mí muchas veces me cuesta contenerme.
Ojalá respondas pronto, ya te digo, no busco tanto el tomar una determinación como el conocer tu parecer y así quedarme más tranquila. Porque nos conozco bien, y sé que es muy improbable que acabemos tomando una determinación, sea cual sea. Sé que nada cambiará, y que seguiremos durante un montón de años más leyendo cada uno entre las líneas del otro el reflejo de los sentimientos propios. Como caricias, como abrazos, como cálidos guiños a través de un cristal. Pero ahora sólo quiero que me prometas una cosa: que siempre siempre siempre nos tendremos al lado el uno al otro, y que hasta el fin de los días, este será nuestro secreto.

jueves, 26 de marzo de 2009

Funeral.



Ayer a media tarde me acerqué a La Almudena. Por la mañana había sido el funeral oficial, al que yo no tenía derecho a asistir a pesar de la limpieza de mi nombre, mi conciencia y mis manos. Así que, unas horas más tarde, me presenté yo a hacer mi velatorio y despedida personal.
El cementerio estaba desierto de vivos y abarrotado de muertos, por lo que en un principio hubiese sido difícil encontrar el lugar que buscaba, pero las notas del piano de Chopin aún resonaban en el mármol, así como los sollozos de las personas que aquélla mañana habían llorado por él por primera vez, y guiándome por mi oído conseguí llegar a la lápida. Grabado sobre ella estaba su nombre, que no me venía de nuevas; su primer apellido -que solía ocultar por ser demasiado vulgar- y su segundo apellido. Debajo aparecía esa fecha de nacimiento que no logró grabarse en mi memoria hasta que decidí olvidarla, y al lado de ésta, la de hacía dos días: seis de abril de mil novecientos noventa y nueve. Pensé, con irónica maldad, que ahora ya habría un seis de abril más memorable que el del año anterior. Pero lo pensé para mis adentros, no se lo dije. Hace más o menos un año aprendí que es inútil hablar con trozos de mármol. Y sin embargo, dos días antes lo había hecho por última vez…
Recordé cómo las dos cápsulas de arsénico se revolvían inquietas en mis bolsillos, impacientes, esperando cada una su estómago de destino, y cuando resbalaron silenciosas por los esófagos de esos dos desgraciados, fui yo quien rió la última. Ahora vamos a ver quién le ha quitado la vida a quién, dije en voz baja.
Y allí estaba yo ayer, saboreando mi victoria con deportividad frente al sepelio repleto de flores frescas. Después de todo -esto también lo pensé, sin decirlo en alto-, lo importante es participar, ¿no?
Estas eran las cosas que transitaban por mi cabeza cuando de repente una mano cálida tomó la mía. Sin apartar los ojos siquiera de la lápida pude averiguar quién era.
- ¿Nuria? -pregunté.
- Sí, soy yo -me respondió-. ¿Me conoces?
- Alguna vez me habló de ti. Supuse que tú también vendrías después del funeral. Pero aun así falta…
Y antes de que pudiera terminar la frase ella me contestó, sin volver la cabeza siquiera, como si lo presintiera igual que yo había presentido antes su presencia.
- Teresa viene por allí.
Efectivamente, cuando miré hacia atrás vi a Teresa, que caminaba con paso ligero hacia nosotras mientras su larga melena rubia ondeaba en el aire. Al llegar hasta donde estábamos tenía un rostro sereno, pero al ver la lápida frente a sí se estremeció y estrechó suavemente mi mano en la suya. Así permanecimos durante unos minutos, las tres cogidas de la mano y en silencio. Hasta que Teresa lo rompió:
- No estamos todas…
- Bueno, ella no ha podido venir a acompañarnos -contesté.
- Estará destrozada…
- Puede que lo esté. Puede que los gusanos ya la hayan destrozado. En cualquier caso ella ahora se encuentra a muchos kilómetros de distancia de aquí, y a varios metros de profundidad.
- ¿Quieres decir que…?
Mi única respuesta fue una leve sonrisa que ambas supieron comprender fácilmente.
- Dinos que nosotras también les matamos -me pidió Nuria.
- Como si lo hubieseis hecho con vuestras propias manos -le dije.
Ambas sonrieron y apretaron mi mano a la vez. Una lágrima de felicidad resbaló por mi mejilla, después por la de Nuria y por último por la de Teresa.
Tras ese momento las tres juntas nos marchamos del cementerio, dejando atrás el cadáver, entre muchas otras cosas. Yo, por ejemplo, dejé una nota sobre la lápida en la que le daba la única y última explicación que debía: Tú tuviste tus razones… y yo he tenido las mías. Después no recuerdo dónde fuimos; qué más da si a reír o a llorar nuestra suerte. Pero sé que esta noche ha sido la primera en un año que he podido descansar en paz.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Sea and sand.


Resultaba divertido saber que eran las dos únicas personas en el mundo que disfrutaban con aquel espectáculo. Divertido y agradable. Jugaban a imaginar que eran además las dos únicas personas que existían en el mundo y que allí estaban, hombro junto a hombro, frente al mar embravecido y bajo los rayos y los truenos. Primero los rayos, después los truenos; aunque uno de ellos tuviera sus dudas. Admirábanlo muy juntos el uno al otro, con las piernas encogidas y los ojos como platos.
Las nubes ocultaban el sol poniente a medida que el agua se acercaba a las puntas de sus pies, y sin poder evitarlo, tras sus únicos minutos de silencioso triunfo, la distancia regresó a buscar revancha. A ella le salieron escamas; él se fue volviendo etéreo -más etéreo-. Ella abrió sus branquias y la corriente le arrastró hacia el oeste para que pudiera quedarse a vivir en el mar, como siempre había deseado; él se elevó lentamente convirtiéndose en una nube gris perla, y fue arrastrado por el viento hacia el este para poder recorrer el mundo como tanto había soñado. Fue entonces cuando los sueños y la distancia presentaron su dimisión.

martes, 20 de enero de 2009

Les jours tristes.

Ahora al cielo le da por llover, y a mí por recoger los restos de una primavera de oportunidades perdidas.
El arrepentimiento viene a mí en forma de fotografías ajenas, de encuentros casuales y conversaciones cordiales, de dos besos por milisegundo que buscan en su rapidez el sitio aquél que les correspondía antes de que fuese demasiado tarde. Aún recuerdo tu trenca azul bajando por la calle Espíritu Santo en una tarde de abril como se recuerdan las escenas más entrañables de una película de amor francesa. Y casi un año después, recuerdo que tus ojos -suyos ya- tiraban un poco a verde bajo la luz que también enrojecía mis mejillas.
Pero hoy las gotas de lluvia, inmóviles sobre el cristal, tampoco saben responderme a la pregunta de qué hubiera pasado si. Debe ser que el día está demasiado gris como para encontrar respuestas en ninguna parte a los asuntos que hace ya tanto tiempo los dos dimos por archivados.