jueves, 13 de octubre de 2011

Insomniac.


Una noche más, como siempre desde hace tantos años, me meto en la cama y me acurruco en mi lado izquierdo. En el derecho estás tú, desde hace ya un rato. Lo sé porque, aunque estoy, como siempre, de espaldas a ti, noto ese leve halo de energía que desprende tu presencia. Por eso y porque hace un rato te despediste. Menuda despedida: hasta mañana, desde el otro lado del pasillo. Nada de buenas noches, tampoco de que descanses, nada. Y de besos, claro, ni hablar. Hasta mañana, y allí me quedé, como un idiota junto a la puerta del salón. Tal vez te contesté hasta mañana mientras mi corazón se convertía en un charco.
Ahora me acuesto a tu lado, con cuidado para no despertarte, y lo mismo que desde hace mil y pico noches: no soy capaz de dormir. Con lo cansado que estaba. Con lo cansado que estaba de tus dimes y diretes, de tus ambigüedades, de que hoy parezca que sí y mañana que no, del olor de tu perfume inundando el pasillo, y sobre todo, de llevar años pensando que no sería capaz de aguantar esta situación ni un solo día más. Y aquí estoy otra noche, mirando la lámpara del techo por el rabillo del ojo, a través de la oscuridad de nuestra habitación, porque los ojos no se me cierran.
Te escucho respirar, pero no sé si duermes. Llevo todos estos años con la incertidumbre de si tú, al otro lado de la cama, de cara a la pared, descansas por la noche o te vuelves tan insomne como yo. Pero no soy capaz de darme la vuelta para comprobarlo, ni tampoco de preguntar, ya tan de madrugada. Para mí es más fácil imaginar que duermes, ajena a mi existencia y a mis tempestades; o bien que yo a ti también te desvelo, pero que lo llevas en silencio igual que yo, esperando que lo suponga.
Prefiero imaginar cada una de las posibilidades, o convencerme, según el día, de alguna de ellas en base tu forma de respirar o a la forma en que estás tumbada -esas pruebas inequívocas-, antes que averiguarlo por mí mismo. Porque a lo mejor no soportaría descubrir que llevo años en vela mientras tú duermes, enfrascada en tus sueños, sin reparar siquiera en que al otro lado de la cama había alguien. O tal vez, puestos a ser sinceros, si te pregunto, confiesas que tú tampoco eres capaz de dormir a mi lado, y me sugieres que me marche para siempre al cuarto de invitados, lejos de tus espiraciones pausadas y de tu cabello oscuro.
Y una noche más, en ese debate entre la incertidumbre asesina y el miedo a descubrir la verdad, al final se me desploman los párpados antes de decidir si hoy es el día de saltar al vacío y cortar el aire de la habitación con esa pregunta que cada noche se me quiere asomar a los labios: ¿duermes?.

viernes, 7 de octubre de 2011

Doña Manuela.

 Mírala, esa que va por ahí es doña Manuela; mírala, qué tiesa que va ella siempre.
Y siempre de negro, oye, que desde que murió su señora madre -bien la guarde Dios-,  siendo ella muy mocita, de otro color no ha vuelto a vestirse. Pero dice que no es el luto, que ya se le acabó hace años; dice que siempre se viste de negro porque a ella pa estar guapa no le hacen falta colores. Y mentira no es que de moza doña Manuela era la más guapa de tol pueblo, y tampoco lo es que la que tuvo retuvo, pero doña Manuela ya no tiene veinte años, ea.
Aquí en el pueblo se la llama de doña de siempre desde que me acuerdo, y respeto se le guarda mucho, y eso que nunca se llegó a casar. Soltera de toa la vida, oye, pero solterona nunca, que doña Manuela es doña Manuela y se la quiere mucho por aquí, que es mujer digna y respetable como ninguna, y educada también, y comadrona de tos los partos nuestros y de nuestras madres sin faltar ni uno.
Dice alguna gente que doña Manuela no se casó porque un novio que tenía la dejó plantá en el altar, y que desde entonces ninguna cosa quiere saber de los hombres. Otros dicen que es porque quiso siempre guardarse pa uno de otro pueblo -de ese que se ve por allí detrás en el monte-, uno que se llamaba Crispín pero que no vive ya el hombre. Por lo visto sacaba siempre a la Manuela a bailar en fiestas, y se conoce que ella se enamoriscó de él, pero debió ser que al Crispín mucho no le interesaba, o que se le hacía mucho tener que bajar del monte en bicicleta como pa ennoviarse con una de aquí, que se acabó casando con una de su pueblo. Más fea que picio la pobre -mira con lo guapa que es doña Manuela, y lo lozana que tenía que estar en aquellos tiempos-, pero pace ser que el padre de la muchacha tenía algunas tierras, y que ella tampoco era mala mujer en verdad. Y ahí se quedó la pobre Manuela esperando.
Igualmente, esto son cosas que se dicen por el pueblo, pero hay quien se lo ha preguntao a ella y dice que mentira todo, que ella respeta mucho a los hombres pero que pa guisarse la comida y pa bordarse las combinaciones no necesita ella de ninguno, y pa el resto de las cosas bien sabe Dios que tampoco, que es ella mujer muy decente, y de hijos bastante tié con sacar al mundo a los de los demás. Que pa tener que dar de comer a uno que se pasa el día entre el campo y el bar, y que luego que estalle otra vez la guerra y tenga que quedarse ella sola en casa penando, pa eso no le vale la pena, y se queda soltera y a mucha honra, que ella es mujer muy temerosa de Dios y sabe que con ayuda de él, de nada le va a faltar.
Vamos, que no le da vergüenza ninguna no estar cuidando familia ni vistiendo santos, na más que la veas cómo va de tiesa y cómo la saludan tos los vecinos al pasar, meneando la cesta de las verduras camino de su casa, que está allí al final de esta calle, ya casi llegando a la plaza.