lunes, 14 de abril de 2014

Historiadores de algunas artes.



Vengo observando últimamente que muchos historiadores del arte entienden que lo que ocupa a su disciplina son, únicamente, las artes visuales, dejando sistemáticamente fuera a dos grandes que son la literatura y la música. No entiendo esa distinción (es decir, exclusión), y menos en el siglo XXI, en el que ya tenemos perfectamente asumidas en nuestro campo de estudio incluso técnicas tan problemáticas como lo han sido la fotografía y el cine. No puedo más que intuir lejanamente unas razones perversas, que ni siquiera soy capaz de describir con claridad. Sólo puedo decir que algo huele mal en que estos eruditos de la visualidad, a los que tanto les gusta mirar y hablar, eviten precisamente aquello que tiene que ver con leer y con escuchar.
Señores historiadores del arte, no dejen la literatura a los filólogos, que ponen los libros sobre una mesa de disección. No dejen la música a los intérpretes, que la tañen, la percuten y la soplan. Nadie como nosotros, humanistas con sentido histórico, para estudiar y apreciar estas dos grandísimas artes en su globalidad, en su relación con otras, en su contexto de producción y de recepción; para conocerlas en su funcionamiento técnico pero además apreciarlas desde la sensibilidad estética que nos caracteriza y nos distingue de otras humanidades.
Señores historiadores del arte, no pongan puertas al campo (y menos unas tan feas). Señores historiadores del arte, no sean tan ciegos (o mejor dicho: tan sordos, tan analfabetos) de dejar al mejor burro sin manta. Háganse ustedes mismos el favor, si es verdad que tanto la aman, de no decapitar de esa forma a su propia disciplina, porque la literatura y la música no sólo es que formen parte de eso a lo que ustedes llaman arte, sino que son, ni más ni menos, que su cabeza misma.