sábado, 18 de diciembre de 2010

Martín se ha ido para siempre.

¿A mí me dices? No, perdona, debe ser un error. Yo no lo veo, ya no te comprendo, no albergo ni un solo sentimiento por dentro, y me temo que ese día del que me hablas, aquella sonrisa entre la gente… No me suena de nada; debes confundirme con otra persona. Puesto que, llegado un punto, lo mejor que puedo hacer es fingir que no veo, ni comprendo, ni siento, ni recuerdo nada. Y lo más importante no es que se lo crean los demás, sino creérselo uno mismo.

domingo, 28 de noviembre de 2010

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ai, Dolors


Mi hámster tiene mejores cosas que hacer que hacerme la vida imposible: atusarse el nido, lamerse las patas, almacenar comida en sus abazones, dormir hecha una bola en un rincón…

Mi hámster no me pide que tenga una paciencia infinita.

Mi hámster tiene otras ocupaciones que no son hurgar en mi vida personal a mis espaldas.

Mi hámster no se hace la independiente cuando la necesito y luego me pide afecto cuando yo tengo otros planes.

Mi hámster no habla, pero se explica con toda claridad: las patas junto a la puerta de su jaula o un chillido en el momento oportuno bastan para que con ella no haga falta ningún lector de mentes.

Mi hámster me deja hacer mi propia vida, sabiendo que ninguna decisión o camino que tome va a poder decepcionarla. Ella siempre comprende mis motivos.

Mi hámster no me pega una puñalada, desaparece y regresa al cabo del tiempo fingiendo que nada ha pasado.

Mi hámster nunca me da falsas esperanzas, así como tampoco me lo pinta todo negro para desanimarme.

Mi hámster tiene una autoestima lineal: sin picos de vanidad ni valles de indignidad.

Mi hámster no perturba mi salud mental con gritos, discusiones, manías, histerias.

Mi hámster siempre está dispuesta a salir conmigo a jugar.

Mi hámster no acapara el tiempo, la atención y el amor de las personas a las que quiero (o al menos, no en un porcentaje alarmante y eclipsante).

Mi hámster siempre es lo que yo espero de ella, sin decepciones y sin altibajos.

Mi hámster vive en la habitación de al lado.

Si ahora mismo me marchara a una isla desierta, ¿sabes qué sería lo único que me llevaría?

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El equilibrio es imposible.


Ahora no pretendas fingir que son esas cuerdas las que te atan. Ha pasado mucho tiempo, y ya no vas a confundirme. Sólo necesito que me digas que ya no tienes miedo, porque yo ya no le temo a nada, salvo a tus miedos, a tu indecisión y a tener que verme amordazando este grito otros cien años más.

lunes, 4 de octubre de 2010

She's a star.


Cada vez que ella se marchaba, yo miraba mi reloj. Siete menos veinte, siete menos cuarto. Siempre unos minutos más tarde de cuando se suponía que debía hacerlo, al igual que cada tarde llegaba antes de la hora: una hora, una hora y media; a todas luces hacía birguerías para pasar allí el mayor tiempo posible. A veces yo, bromeando, la echaba, le decía que se marchara de una vez, y entonces ella me miraba con los ojos muy abiertos, con una cara de desilusión infantil que contrastaba con las siempre tan adultas excusas que me ponía para quedarse unos minutos más: que aún no había terminado, que le quedaba trabajo por hacer, y cómo no, ella no se iba hasta que no lo tuviera todo hecho, y mucho menos le iba a dejar sus quehaceres a otro.
Pero al final acababa yéndose. Eso sí, antes de hacerlo siempre esperaba un gesto cariñoso, de agradecimiento o de reconocimiento a su trabajo que rememorar una y otra vez hasta el día siguiente, mientras contaba las horas que faltaban para volver. Evidentemente esto nunca me lo dijo, pero yo lo veía en el diferente brillo de sus ojos al marcharse cada día, en función de cómo hubiera sido la despedida.
Salía de la sala e iba corriendo por el pasillo; lo sé porque la oía, y porque olía la estela que dejaban los restos que quedaban del litro de colonia que se echaba antes de entrar. Corría por el pasillo porque no podía hacerlo de otro modo, para desfogar todo el estímulo que llevaba dentro, y después, o bien proseguía con su carrera escaleras abajo o cogía el ascensor, pero no cualquiera, sino únicamente ese en el que se montaba con el pecho inflado de orgullo como si fuese un pavo real.
Caminaba rápido por el pasillo del sótano, en contra del frío viento que entraba por la puerta del fondo, y tras doblar la esquina, entraba en el vestuario. La imaginaba cambiándose: cansada pero satisfecha, colgaba cuidadosamente en la percha su uniforme blanco y volvía a disfrazarse de mundana. Después salía de allí y tomaba el pasillo hacia el ascensor, sintiendo que de nuevo pisaba la tierra con sus raídas zapatillas negras.
Sube en el ascensor, llega a la puerta principal, y era entonces cuando habían pasado los diez minutos que calculé desde que me dijo hasta mañana. Me asomaba a la ventana y la veía allí debajo, caminando hacia la parada del autobús con su mochila sobre los hombros. Pero no, ella no estaba allí ni tocaba el suelo al caminar. Ella en ese momento estaba en otro mundo; estaba en la canción que sonaba a través de sus cascos; en un lugar elevado, lejano y luminoso de guitarras eufóricas y con una voz que le decía que era una estrella, que brillaba más que nada a su alrededor, que nunca podría sentirse insegura, que se estaba obsesionando peligrosamente, incluso, pero eso ahora era lo que menos le importaba.
Llegaba el autobús y la veía subirse en el asiento de siempre, en su favorito, el de detrás del conductor. Miraba a toda la gran mole de ladrillo que es el edificio con los ojos de quien mira un palacio -su palacio- y echaba una mirada hacia donde yo estaba, aunque ella no me veía por la lejanía y por el reflejo del sol vespertino sobre el cristal.
Con los ojos se despedía hasta el día siguiente, y desde ese momento ya empezaba ya a contar las horas que faltaban para volver a entrar aquí y encontrarse conmigo, con ellos; consigo misma, al fin y al cabo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Foxtrot


La diferencia es que ahora no me preocupa hasta dónde puede llegar tu intransigencia. Yo te tiendo la mano por si quieres salir a bailar conmigo; y si no, lo haré sola mientras tú, desde la oscuridad de la barra, envidias mi sonrisa y mis pies ligeros.

martes, 29 de junio de 2010

Mi pequeño y discreto homenaje personal


María Luisa. Heidi Joana. Eva. Tomás. Jesús. Victoria. Teresa. Ángela. José. Dolores. Yolanda. Carlos. Felipe. Guadalupe. Rafael. Inmaculada. Carlos A. Iván. Marta. Daniel. Julio. Charo. Juan. Carmen. Gumersinda. Liseth.
Y tantos otros que ahora mismo no me vienen a la cabeza, o de los que recuerdo claramente su cara pero no su nombre.
Aunque probablemente no lo sepais, habeis dado mucho más de lo que habeis recibido.

lunes, 10 de mayo de 2010

Angel.

Montamos en tu coche, programaste el GPS, y en vez de ir hacia mi casa, tú me llevaste al mar. Después de varias horas en el coche, juntos tú y yo y la música de piano que nos acompañaba, llegamos a la playa.
Allí estábamos los dos, y allí te quedaste conmigo para siempre, aunque yo al instante ya te hubiera perdido de vista. Porque entonces los comprendí todo. En realidad tú eras el mar, y tu cuerpo era sólo una representación de él; un trozo de carne capaz de atraer a mi carne para así, llegado el momento, poder llevar mi alma hacia la tuya, que estaba allí ahora ante mis ojos, extendiéndose inmensa y taciturna, golpeando en la arena y las rocas.
Así que caminé hacia ti sin vacilaciones; me sumergí, me entregué a tus aguas tal y como me querías: blanca, pura, nueva, como lo había sido tiempo atrás.
Y allí me envolviste por completo con caricias, frescas pero sólidas, me acunaste y me arrullaste en tus vaivenes; tu voz submarina susurraba a través de mi garganta, que ya, por fin, había dejado de esperarte.

jueves, 22 de abril de 2010

El aprendiz


Hoy me marcho de este lugar -que ya era mi casa- mirando atrás. Me voy caminando de espaldas por este largo pasillo, como si estuvieran rebobinando la imagen del día en que llegué. Iba con prisas, llegaba tarde y hacía frío; todo lo contrario que hoy, que brilla el sol con esa alegre nostalgia con que lo hace en las tardes de primavera, y hay unas extrañas fuerzas en mi cuerpo y mi alma que tratan de impedir que camine hacia la puerta de salida.
A pesar de todo, me resisto a creer que aquélla que entró aquí una mañana gris de finales de febrero sea la misma que hoy, en contra de toda su voluntad, se marcha. No, por supuesto que no es la misma. Porque tras la mala racha inicial apareciste tú, que me has colmado de virtudes a cada minuto que hemos pasado trabajando juntos.
Por eso sé que aunque ya no vaya a verte cada día, en realidad no me he separado de ti; eso sería imposible, porque ahora tú vives y vivirás por siempre en mis adentros, en ese trocito de mí que por mucho que me corresponda estructuralmente, lleva inequívocamente grabado tu nombre y apellidos. Es algo tuyo que yo he hecho mío, o algo mío que has hecho tuyo, o simplemente algo que yo no tenía antes y que tú me has inculcado a tu imagen y semejanza: es el querer y saber hacer, consiguiendo lo que se persigue con un buen esfuerzo pero siempre sin despeinarse, teniendo siempre claro lo que se quiere, sin una duda, encontrando el placer en la autoexigencia y a la vez en la seguridad en uno mismo para llegar a hacer las cosas de una manera impecable.
De aquí en adelante, estos pasillos y espacios que yo en un principio veía enormes, fríos y vacíos podré recordarlos templados y llenos por tu sólida presencia caminado por ellos a mi lado, tu voz que nunca sentí temblar, tus ojos grandes e impávidos que se clavaban en los míos de una forma tan directa y noble que a veces hacían que me turbara la sensación de que me dejabas sin secretos; todo esto aderezado por esas buenas palabras, sonrisas y guiños tan tuyos que tampoco has tenido problema en sacar siempre en el mejor momento, haciendo que te sienta reconfortante y cómplice.
A partir de ahora te recordaré a ti, que has sido a la vez el más fuerte impulso y el más firme apoyo, y a todo lo que tenga que ver contigo, bajo un filtro de color naranja.
Hoy no voy a entristecerme, y mucho menos a llorar. No, porque tú no lo hubieras hecho, y yo ahora no soy más que un vástago tuyo. Ahora yo me he convertido en ti, y como un pequeño tú que soy, voy a salir de aquí e iré allá donde vaya con el mentón siempre alineado con la horizontal, el paso decidido y la mirada al frente.
Porque a pesar de que el olor tuyo que llevo ahora sobre mi piel y que me va haciendo a la idea de que ahora soy pedazo de ti, mañana probablemente habrá desaparecido, el resto de lo que me has transmitido durante este tiempo son cosas que para siempre voy a llevar conmigo.

miércoles, 7 de abril de 2010

Deseo vestido de blanco

A menudo asiento con la cabeza mientras mantengo la mirada fija en el suelo, porque si la levanto…
Si levanto la mirada del suelo, lo primero que me encuentro son sus zuecos, seguido de sus pantalones blancos del uniforme del hospital, que suelen dejar traslucir el color y estampado de su ropa interior. Al seguir subiendo aparecen sus brazos largos, fuertes, sin apenas pelo y con algunas venas que se marcan superficialmente, que parecen estar deseando estrecharte fuertemente contra él.
Esos brazos nacen en unos hombros anchos y redondeados, que al estar un poco rotados hacia dentro hacen intuir que debajo del pijama blanco también hay unos pectorales fuertes y potentes. Al mirarle de espaldas puedo apreciar la forma de su tronco, que deja la ropa holgada en cadera y cintura pero se ensancha hasta casi reventarla a la altura de sus hombros robustos.
Mientras me recreo en la visión de su cuerpo él se pasa la mano suavemente por la cabeza: primero por la patilla y después por sus rizos negros y cortos, en los que ya asoman algunas de esas primeras canas de los treinta y muchos, de la manera más atractiva que nunca hubiera podido imaginarme.
Me mira; me mira con esos ojos limpios color miel, tan penetrantes que hacen desear que fuesen otra cosa y no ojos … Termina de contar lo que me estaba explicando y yo no me doy cuenta de que ha callado, sino de que sus labios, pequeños pero carnosos y siempre un poco apretados, han vuelto a contactar el uno con e otro.
El corazón me late deprisa, tengo la respiración acelerada y mi vista empieza a nublarse con el esfuerzo de contenerme. Él aprecia que algo pasa y me pregunta con su voz grave -tan atractiva o más que su cuerpo- si estoy bien. Le contesto que un poco mareada, que voy a salir al baño a que me dé el aire y a refrescarme, a lo que él asiente firmemente con la cabeza.
Voy hacia el baño corriendo por el pasillo; cuando llego me miro en el espejo y veo que tengo las mejillas sonrojadas. Me lleno las manos con agua fría del grifo del lavabo y hundo la cara entre ellas durante unos segundos mientras me reprendo a mí misma por no haber hecho lo de siempre, lo que sabía que debía hacer: escucharle con atención mientras miro al suelo o a cualquier otra parte.
Oigo tras de mí unos pasos que me hacen levantar la cabeza, con toda la cara mojada. A través del espejo no se distingue que haya nadie más en el baño, pero mi intuición me dice que sí lo hay, y que de hecho, es él. Le llamo por su nombre.
En ese momento, veo a través del espejo como viene hacia mí, con paso calmado y mirándome fija, honda y ardientemente a los ojos. Me cuesta creerlo y vuelvo a llamarle, aunque esta vez más bajo, pues está más cerca.
Él se acerca a mí por detrás, me rodea la cintura con sus brazos y me susurra en el oído:
- Sssshhh… no levantes la voz.
Y sigue mirándome a los ojos a través del espejo mientras comienza a besarme el cuello y a desabrochar con una mano el primer botón de mi pijama blanco.

domingo, 17 de enero de 2010

Ciutadella


Ayer estuve nadando sola en el mar. Estaba en una zona en la que llegaba con los pies al suelo, pero prefería nadar. Debe ser que siempre he tenido esa afición por hacer las cosas más complicadas de lo que son por naturaleza.
El mar estaba bastante tranquilo, y hacía unas leves ondas sobre las que yo me dejaba llevar. Entre una y otra se colaban momentos para pensar en ti, mientras que mi cuerpo se dejaba llevar por los suaves movimientos de vaivén.
Así, imaginaba que el agua era tu cuerpo. Que las olas rompiendo en la orilla eran tus suspiros. Y que en alguna parte, en las profundidades, seguramente habría un corazón. Pero eso aún era demasiado pronto para saberlo.