Si hay un color al que se puede llamar
azul entre los azules, ese es el que me hizo creer en Dios una mañana de diciembre. El que me fulminó e hincó mis rodillas en el suelo, por el que pedí perdón a todo azul al que alguna vez hubiera podido ofender... Me hipnotizó para distraerme y terminé por coger el autobús equivocado, de la consistencia y color de un cielo de verano, sin más nubes que una pupila.