domingo, 12 de febrero de 2012

Salida de emergencia.


En los centros comerciales, en los bares de copas, en las bibliotecas; en todos los sitios hoy en día hay una salida de emergencia. Y también en las cabezas de todos nosotros, en cada lugar en el que nos metemos de alguna manera no-física, en todos los caminos mentales, existe también esta puerta. Incluso en los pasajes del terror de los parques de atracciones, se ofrece a mitad del trayecto la posibilidad de salir por lo que llaman puerta de los arrepentidos.
Con ese pánico a vernos en algún momento sin fuerzas o sin ganas de seguir donde estamos, hemos colocado salidas de emergencia en absolutamente todos los lugares, y ahora que por fin hemos erradicado ese sentimiento trágico que aparece cuando te quieres rendir y no puedes escapar de tu destino, vivimos cada segundo conscientes de que podemos continuar o salir corriendo. Cada segundo cuestionando, cada segundo tomando una decisión.
Caminamos, caminamos, y en cuanto nos asalta la duda, ahí está el cartel verde tentándonos; indicándonos que, sólo con empujar la barra hacia fuera, podemos desentendernos de todo absolutamente.
Y así se nos pasan a muchos los años, de escapada en escapada, huyendo de todo, como Bonnie pero sin Clyde. Se nos construye una vida que no es más que una cadena de episodios en los que decidimos abandonar definitiva y radicalmente esto o lo otro; por miedo, por hastío o simplemente por falta de esperanza. Y llega un punto en el que, incluso, tomamos la salida de emergencia antes de que cualquiera de estos sentimientos llegue; básicamente porque nos sabemos ya la historia y decidimos que es mejor salir corriendo cuanto antes, por una cuestión de economía temporal: si tarde o temprano, todo acabará en una huida, cuanto más temprana sea esta, menos tiempo habremos perdido caminando una senda que no llevaba a ningún destino (quién sabe si porque no lo tenía, o bien porque, de entrada, no había fe en que fuéramos a querer y poder llegar hasta el final).
Pero quién dice que esa puerta sea la de los arrepentidos. Quién dice que el que abandona el sendero pretenda tirar a la basura en el mismo gesto todos los kilómetros andados.
Y quién dice que sea más valiente el que se pasa la vida esperando que quien asume ser consciente durante el resto de su vida de que nunca sabrá a dónde le llevaban todos esos cientos de corredores que ha ido abandonado a lo largo del tiempo, quien acaba habiéndolo probado todo y no habiendo conseguido nada.

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