Vengo observando últimamente que muchos historiadores del
arte entienden que lo que ocupa a su disciplina son, únicamente, las artes
visuales, dejando sistemáticamente fuera a dos grandes que son la literatura y
la música. No entiendo esa distinción (es decir, exclusión), y menos en el
siglo XXI, en el que ya tenemos perfectamente asumidas en nuestro campo de
estudio incluso técnicas tan problemáticas como lo han sido la fotografía y el
cine. No puedo más que intuir lejanamente unas razones perversas, que ni
siquiera soy capaz de describir con claridad. Sólo puedo decir que algo huele
mal en que estos eruditos de la visualidad, a los que tanto les gusta mirar y
hablar, eviten precisamente aquello que tiene que ver con leer y con escuchar.
Señores historiadores del arte, no dejen la literatura a los
filólogos, que ponen los libros sobre una mesa de disección. No dejen la música
a los intérpretes, que la tañen, la percuten y la soplan. Nadie como nosotros,
humanistas con sentido histórico, para estudiar y apreciar estas dos
grandísimas artes en su globalidad, en su relación con otras, en su contexto de producción y de
recepción; para conocerlas en su funcionamiento técnico pero además apreciarlas
desde la sensibilidad estética que nos caracteriza y nos distingue de otras
humanidades.
Señores historiadores del arte, no pongan puertas al campo
(y menos unas tan feas). Señores historiadores del arte, no sean tan ciegos (o
mejor dicho: tan sordos, tan analfabetos) de dejar al mejor burro sin manta. Háganse
ustedes mismos el favor, si es verdad que tanto la aman, de no decapitar de esa
forma a su propia disciplina, porque la literatura y la música no sólo es que
formen parte de eso a lo que ustedes llaman arte, sino que son, ni más ni
menos, que su cabeza misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario