miércoles, 7 de abril de 2010

Deseo vestido de blanco

A menudo asiento con la cabeza mientras mantengo la mirada fija en el suelo, porque si la levanto…
Si levanto la mirada del suelo, lo primero que me encuentro son sus zuecos, seguido de sus pantalones blancos del uniforme del hospital, que suelen dejar traslucir el color y estampado de su ropa interior. Al seguir subiendo aparecen sus brazos largos, fuertes, sin apenas pelo y con algunas venas que se marcan superficialmente, que parecen estar deseando estrecharte fuertemente contra él.
Esos brazos nacen en unos hombros anchos y redondeados, que al estar un poco rotados hacia dentro hacen intuir que debajo del pijama blanco también hay unos pectorales fuertes y potentes. Al mirarle de espaldas puedo apreciar la forma de su tronco, que deja la ropa holgada en cadera y cintura pero se ensancha hasta casi reventarla a la altura de sus hombros robustos.
Mientras me recreo en la visión de su cuerpo él se pasa la mano suavemente por la cabeza: primero por la patilla y después por sus rizos negros y cortos, en los que ya asoman algunas de esas primeras canas de los treinta y muchos, de la manera más atractiva que nunca hubiera podido imaginarme.
Me mira; me mira con esos ojos limpios color miel, tan penetrantes que hacen desear que fuesen otra cosa y no ojos … Termina de contar lo que me estaba explicando y yo no me doy cuenta de que ha callado, sino de que sus labios, pequeños pero carnosos y siempre un poco apretados, han vuelto a contactar el uno con e otro.
El corazón me late deprisa, tengo la respiración acelerada y mi vista empieza a nublarse con el esfuerzo de contenerme. Él aprecia que algo pasa y me pregunta con su voz grave -tan atractiva o más que su cuerpo- si estoy bien. Le contesto que un poco mareada, que voy a salir al baño a que me dé el aire y a refrescarme, a lo que él asiente firmemente con la cabeza.
Voy hacia el baño corriendo por el pasillo; cuando llego me miro en el espejo y veo que tengo las mejillas sonrojadas. Me lleno las manos con agua fría del grifo del lavabo y hundo la cara entre ellas durante unos segundos mientras me reprendo a mí misma por no haber hecho lo de siempre, lo que sabía que debía hacer: escucharle con atención mientras miro al suelo o a cualquier otra parte.
Oigo tras de mí unos pasos que me hacen levantar la cabeza, con toda la cara mojada. A través del espejo no se distingue que haya nadie más en el baño, pero mi intuición me dice que sí lo hay, y que de hecho, es él. Le llamo por su nombre.
En ese momento, veo a través del espejo como viene hacia mí, con paso calmado y mirándome fija, honda y ardientemente a los ojos. Me cuesta creerlo y vuelvo a llamarle, aunque esta vez más bajo, pues está más cerca.
Él se acerca a mí por detrás, me rodea la cintura con sus brazos y me susurra en el oído:
- Sssshhh… no levantes la voz.
Y sigue mirándome a los ojos a través del espejo mientras comienza a besarme el cuello y a desabrochar con una mano el primer botón de mi pijama blanco.

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